Fue el 7* agosto de 1960 cuando los obispos cubanos de entonces publicaron aquella Circular, o Pastoral colectiva, alertando y exponiendo los criterios de la Iglesia sobre el comunismo de tipo soviético o marxista que se abría camino sigilosamente.
Eran tiempos agitados pero el líder de la Revolución no se definía claramente sobre su opción política. Tal definición no hubiera tenido mayor importancia si no fuera porque, a pesar de la negativa frecuente de Fidel Castro sobre su interés por el comunismo, el ascenso de los antiguos miembros del Partido Socialista Popular (PSP) en el nuevo gobierno era constante y proporcional al desplazamiento de quienes se oponían a ellos.
Ya en febrero de ese mismo año, estudiantes universitarios, muchos de ellos católicos, realizaron la primera protesta pública durante la visita del primer ministro soviético Anastas Mikoyan. Después de todo, no habían hecho poco por el movimiento revolucionario para acabar con la dictadura de Fulgencio Batista.
La pastoral estaba motivada por razones filosóficas y éticas, principios sustentados en la esencia misma del cristianismo. Posiblemente los autores habían estudiado más sobre el marxismo que muchos comunistas cubanos, y por ello no albergaban la menor duda de que tan solo el ateísmo que acompañaba la propuesta marxista, era motivo suficiente para la denuncia. Porque detrás de esa ausencia y rechazo a una referencia superior que demanda amar siempre al otro como a uno mismo, suele surgir la suficiencia de un poder autoritario. Sin embargo, en la misma pastoral dejaban en claro su apoyo a cualquier medida social en favor de los más pobres.
Fue un doble riesgo de los obispos, pues por un lado asumían una postura de abierta confrontación contra la corriente más radical, y poderosa, del Gobierno revolucionario y, por otro lado, asumieron el riesgo de generar cierta oposición al interior de la Iglesia, donde no pocos católicos eran seducidos por el líder guerrillero. Tan amplia era la devoción y confianza, que tampoco faltó entre muchos fieles la cadenciosa consigna: “si Fidel es comunista que me pongan en la lista”. Pero los obispos fueron pastores de su tiempo.
Es cierto que no hicieron tanto como muchos laicos por la revolución, pero varios de ellos hicieron bastante para su investidura en aquel terrible contexto. La intervención del cardenal Manuel Arteaga y monseñor Pérez Serantes fue decisiva para salvar la vida de los sobrevivientes del ataque al Cuartel Moncada. La asistencia de las Hijas de la Caridad a los condenados por ese acto y enviados a la prisión de Isla de Pinos, o a sus familiares, fue constante; las visitas del padre Hilario Chaurrondo a aquellos presos, incluidos los encuentros privados con el mismo Fidel Castro, eran conocidos. Que unos cuantos curas y monjas vendieran bonos en favor del Movimiento 26 de Julio, y hasta escondido o trasegado armas amparados en el hábito religioso, fue categórico; incluso el laico católico Enrique Canto, brazo derecho de monseñor Pérez Serantes, llegó a ser tesorero nacional del M-26-7. Muchos de los muertos en la lucha clandestina fueron católicos, impulsados por su compromiso cristiano y sentido de la justicia. La presencia de varios sacerdotes capellanes acompañando a las tropas del Ejército Rebelde, lo cual no era siquiera permitido en el Ejercito Nacional, o la invitación hecha por el mismo Fidel Castro a su antiguo tutor y confesor, el sacerdote jesuita Armando Llorente, para que lo visitara en su campamento guerrillero de la Sierra Maestra, permitían pensar que todo aquel esfuerzo no perseguía un objetivo marxista-leninista. “Aquello era la guerra del espíritu contra la materia”, diría en enero de 1959 el padre Llorente a un periodista, al recordar su visita al pupilo rebelde. Si una imagen vale mil palabras, la del primero de enero de 1959 donde aparecen juntos en el ayuntamiento de Santiago de Cuba Fidel Castro, el presidente Manuel Urrutia y el arzobispo Pérez Serantes, sería invaluable.
La respuesta a la pastoral no fue inmediata. Cuatro meses después, en un discurso el 16 de diciembre, Fidel Castro hace referencia a que había “aparecido por ahí una carta circular” de los obispos, y rechaza, ahora sí, que se inmiscuyan en cuestiones políticas. “Cristo dijo: ‘Mi reino no es de este mundo.’ ¿Por qué, apartándose de las cuestiones espirituales, quieren interferir en las cuestiones políticas? […] ¿Y quién les ha dicho a los señores arzobispos que el gobierno tiene que estar diciendo lo que a ellos les interese que el gobierno diga? Y, ¿qué quieren, que aclaremos esta cuestión? Pues bien, ¿quieren que les respondamos? Pues, sencillamente, nosotros sí creemos que ser anticomunista es ser contrarrevolucionario”. Más claro ni el agua. Y también habló de curas “esbirros”, “contrarrevolucionarios” y “falangistas”, pero dejó en el aire la cuestión de si el marxismo-leninismo inspiraba al Gobierno revolucionario. Supo esperar, hasta abril de 1961, y supo actuar.
Con aquella pastoral los obispos ponían su carta sobre la mesa. Aun con su lenguaje preconciliar, vale la pena leerla sesenta años después (ver al final). Pudiera pensarse que con ella tomaron la iniciativa de romper unilateralmente relaciones con el Gobierno revolucionario. Pero es posible que no haya sido aquella carta, ni otras declaraciones anteriores o posteriores, ni la actitud de muchos católicos, la causa de un conflicto que parecía inevitable. Quizás simplemente fueron atraídos a un escenario preconcebido. Quizás.
Hay una anécdota poco conocida, y menos aún difundida, que circulaba sottovoce entre algunos curas viejos de Cuba, posiblemente para evitar nuevas e innecesarias tormentas. Según la anécdota, poco después del triunfo revolucionario, un joven oficial rebelde originario de Artemisa y participante en el ataque al Moncada, el desembarco del yate Granma y la guerra en la Sierra Maestra, regresó a su ciudad natal y allí encontró a su antiguo y conocido párroco, monseñor Ángel Valdés. Le había tratado desde temprana edad y el afecto era mutuo. Tal vez por esta razón quiso alertar o ayudar al párroco: “Padre le voy a dar un consejo, váyase de Cuba. Vamos contra la Iglesia, empezando por los curas”. El padre Ángel no le hizo caso, pero en septiembre de 1961 fue uno de los ciento treinta curas expulsados en el buque “Covadonga”, murió en Puerto Rico en 2007. El joven guerrillero que le alertó sobre el tenebroso futuro todavía vive, hoy es conocido como el comandante de la revolución Ramiro Valdés Menéndez.
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CIRCULAR COLECTIVA DEL EPISCOPADO CUBANO A nuestros amados fieles: No creó Dios nuestro Señor el mundo para que los bienes que de él pudieran obtenerse, gracias al ingenio y al trabajo del hombre, sirviesen solo para hacer más grata la vida de unos pocos, mientras innumerables seres humanos estuviesen careciendo de los medios adecuados para satisfacer sus necesidades más elementales. Una más justa distribución de la riqueza ha sido siempre y continúa siendo punto esencial de la doctrina católica. De aquí que la Iglesia acoja siempre con la más viva simpatía cuantas medidas puedan a contribuir a elevar el nivel de vida de los humildes.
Las reformas sociales que, respetando los legítimos derechos de todos los ciudadanos, tiendan a mejorar la situación económica, cultural y social de los humildes, tienen apoyo moral de parte de la Iglesia.
Faltaríamos, sin embargo, a nuestra obligación de decirles a nuestros fieles, y al pueblo de Cuba, toda la verdad, si en balance de los aspectos positivos y negativos del histórico momento que hoy vive nuestra Patria no les dejáramos saber también con no menor claridad, nuestras principales preocupaciones y temores.
Podríamos señalar algunos puntos en que las medidas de carácter social antes mencionadas no han sido llevadas a cabo con el respeto debido a los derechos de todos los ciudadanos con que fueron inicialmente anunciados, pero creemos será mejor que nos ciñamos a un problema de extraordinaria gravedad que ninguna persona de buena fe puede negar en este momento, y es el creciente avance del comunismo en nuestra Patria.
En los últimos meses el Gobierno de Cuba ha establecido estrechas relaciones comerciales, culturales y diplomáticas con los gobiernos de los principales países comunistas, y en especial con la Unión Soviética. Nada tendríamos que decir desde el punto pastoral acerca de los aspectos estrictamente comercial o económico de estos acercamientos, pero sí nos inquieta profundamente el hecho de que, con motivo de ellos, haya habido periodistas gubernamentales, líderes sindicales y aún algunas altas figuras del gobierno que hayan elogiado repetida y calurosamente los sistemas de vidas imperantes en esas naciones, y aún hayan sugerido en discursos pronunciados dentro y fuera de Cuba, la existencia de coincidencias y analogías, en fines y en procedimientos, entre las revoluciones sociales de esos países y la Revolución cubana.
Nos preocupa este punto muy hondamente, porque el CATOLICISMO y EL COMUNISMO responden a dos concepciones del hombre y del mundo totalmente opuestas, que jamás serán posible conciliar.
Condenamos, en efecto, el COMUNISMO, en primer lugar, porque es una doctrina esencialmente materialista y atea, y porque los gobiernos que por ellos se guían figuran entre los peores enemigos que ha conocido la Iglesia y la humanidad en toda su historia. Afirmando engañosamente que profesan el más absoluto respeto a todas las religiones, van poco a poco destruyendo, en cada paso, todas las obras sociales, caritativas, educacionales y apostólicas de la Iglesia y desorganizándola por dentro, al enviar a la cárcel con los más variados pretextos, a los obispos y sacerdotes más celosos y activos.
Condenamos también al COMUNISMO por ser un sistema que niega brutalmente los más fundamentales derechos de la persona humana. Porque para alcanzar el control total del Estado sobre los medios de producción establece en todas partes un régimen dictatorial, en que un pequeño grupo se impone por medio del terror policial al resto de sus conciudadanos. Porque somete completamente a la economía y a la política, sacrificando muchas veces el bienestar del pueblo a las ambiciones y conveniencias del grupo gobernante. Porque va anulando progresivamente el derecho de propiedad y convirtiendo a la larga a todos los ciudadanos, más que en empleados, en verdaderos esclavos del Estado. Porque le niegan al pueblo el derecho que tiene de conocer y de todos los medios de información y no permiten que les lleguen a los ciudadanos otras opiniones que las que mantiene el grupo gobernante. Porque subordinan indebidamente la vida familiar al Estado, impulsando a la mujer a dejar el hogar para que realice, fuera de su casa, las más duras tareas, y educando a los hijos en la forma que el Gobierno desea, sin contar a derechas con la voluntad de los padres.
Al condenar la Iglesia las doctrinas y procedimientos comunistas, no lo hace, por tanto, en una forma parcial, en nombre de determinados grupos de la sociedad que pudieran verse afectados por el establecimiento de un régimen de esta índole; lo hace en nombre de derechos inalienables de todos los hombres, que, en una forma o en otra, son vulnerados sin escrúpulos por el gobierno comunista.
Recuerden, pues, nuestros hijos, díganlo bien alto a toda Cuba, que la Iglesia nada teme de las más profundas reformas sociales siempre que se basen en la justicia y en la caridad porque busca el bienestar del pueblo y se alegra de él, porque ama al pueblo y quiere su bien, no puede por menos condenar las doctrinas comunistas. La Iglesia está y estará siempre en favor de los humildes, pero no está ni estará JAMÁS CON EL COMUNISMO.
No se le ocurra, pues a nadie, pedirle a los católicos, en nombre de una mal entendida unidad ciudadana, que nos callemos nuestra opinión a estas doctrinas, porque no podríamos acceder a ella sin traicionar nuestros más fundamentales principios. Contra el COMUNISMO materialista y ateo, está la mayoría absoluta del pueblo cubano, que es católico y que sólo por el engaño y la coacción podría ser conducido a un régimen comunista. Que la Santísima Virgen de la Caridad del Cobre no permita que esto llegue jamás a suceder en Cuba.
Así lo pedimos a Dios Nuestro Señor por la intercesión de nuestra Excelsa Patrona.
7 de Agosto de 1960
(firmado)
Manuel, Cardenal Arteaga, Arzobispo de La Habana;
Enrique, Arzobispo de Santiago de Cuba;
Evelio, Arzobispo Coadjutor y Administrador Apostólico de La Habana,
Alberto, Obispo de Matanzas:
Carlos, Obispo de Camagüey;
Manuel, Obispo de Pinar del Río:
Alfredo, Administrador Apostólico de Cienfuegos;
José, Obispo Auxiliar de La Habana;
Eduardo, Obispo Auxiliar de La Habana
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*Nota: En versión inicial indiqué 8 de agosto. Según me ha precisado un lector y testigo del acontecimiento, la fecha correcta es 7 de agosto de 1960. Pido disculpas por el error.
Interesante testimonio.