En las pasadas elecciones presidenciales y legislativas en Estados Unidos, acusar de socialista a algún que otro candidato demócrata no era inusual. Y no solo al sur de la Florida donde vivimos tantos cubanos conocedores de un determinado modelo socialista, sino también en otros estados de la Unión.
Hace unos días mientras veía al periodista y amigo José Alfonso Almora en su nuevo canal de YouTube, alguien colgó una nota llamándole socialista. Equivaldría casi a llamarle hereje o brujo en el medioevo de la inquisición. Las elecciones quedaron atrás, pero la acusación continúa con bastante ligereza prácticamente de modo ilimitado en las redes sociales, y ya no solo a miembros del Partido Demócrata. No es extraño ver y oír, o leer, cómo una charla virtual o real, concluye de modo tajante cuando uno de los participantes cierra el intercambio acusando al otro de socialista o comunista.
La acusación tiene efecto no solo en comunidades compuestas por personas que, en su momento, emigraron de países donde imperaba el modelo soviético, como Cuba. Las historias de dolor de muchos que se consideran, y son, víctimas del “socialismo cubano” no encontrarían tal vez suficiente espacio para darse a conocer. Es cierto. También puede ocurrir con ciudadanos originarios de Europa del Este en la época soviética, e incluso entre los nacidos en los mismos Estados Unidos, país envuelto de modo particularísimo en la Guerra Fría, y que por años dio refugio a quienes huían de esas sociedades.
El socialismo soviético de ideología marxista fue el que prevaleció a lo largo del siglo XX, y compite con el nacionalsocialismo alemán -a pesar de la corta duración del último- en cuanto a destrucción física y espiritual. Es comprensible el abrumador rechazo. Pero es bueno recordar que Marx no inventó el socialismo, término y propuesta política muy anterior a él. Marx y sus seguidores más bien pervirtieron y destrozaron el ideal subyacente y original de socializar y compartir los bienes económicos y sociales, sin imposiciones ni violencias.
No he encontrado mejor descripción sobre tal diferenciación que la ofrecida por el cardenal Joseph Ratzinger, hoy papa emérito Benedicto XVI, en una conferencia dictada en Berlín el 28 de noviembre del año 2000 llamada Europa, Política y Religión (https://www.almudi.org/articulos-antiguos/7423-europa-politica-y-religion-joseph-ratzinger). De ahí es la siguiente cita:
“A los dos modelos de los que hablábamos antes (se refería a los modelos surgidos después de la Revolución Francesa: el modelo laicista que remite la religión al ámbito privado, y el modelo protestante-liberal donde la religión aporta fundamento moral al Estado) se unió en el siglo XIX un tercero, el del socialismo, que pronto se dividió en dos vías distintas, la totalitaria y la democrática. El socialismo democrático ha podido insertarse desde el principio como un saludable contrapeso frente a las posturas liberales radicales de los dos modelos existentes, los ha enriquecido y también corregido. Se reveló, además, como interconfesional. En Inglaterra era el partido de los católicos, que no podían sentirse como en casa ni en el campo protestante-conservador ni en el liberal. También en la Alemania guillermina el Centro católico pudo sentirse mucho más próximo al socialismo democrático que a las fuerzas conservadoras protestantes, estrictamente prusianas. En muchas cosas, el socialismo democrático estaba y está próximo a la doctrina social católica, y en cualquier caso ha contribuido notablemente a la formación de la conciencia social.
En cambio, el modelo totalitario se asoció a una filosofía de la Historia estrictamente materialista y atea. La Historia es entendida, de forma determinista, como un proceso de progreso que, pasando por las fases religiosa y liberal, se encamina hacia la sociedad absoluta y definitiva, en la que la religión queda superada como reliquia del pasado y el funcionamiento de las condiciones materiales garantiza la felicidad de todos. Este aparente cientificismo esconde un dogmatismo intolerante: el espíritu es producto de la materia; la moral es producto de las circunstancias y tiene que ser definida y puesta en práctica conforme a los fines de la sociedad; todo lo que sirva para alcanzar el feliz estado final, es moral.
Esto culmina la perversión de los valores que habían construido Europa. Más aún; aquí se lleva a cabo una ruptura con toda la tradición moral de la Humanidad. Ya no hay valores independientes de los fines del progreso, en un momento dado todo puede estar permitido o incluso ser necesario, moral en un nuevo sentido. Incluso el ser humano puede convertirse en un instrumento; no cuenta el individuo, sólo el futuro que se convierte en una terrible divinidad, que dispone de todo y de todos.
Actualmente, los sistemas comunistas han fracasado por su falso dogmatismo económico. Pero se pasa por alto con demasiada complacencia el hecho de que se derrumbaron, de forma más profunda, por su desprecio del ser humano, por su subordinación de la moral a las necesidades del sistema y sus promesas de futuro. La verdadera catástrofe que dejaron detrás no es de naturaleza económica: es la desolación de los espíritus, la destrucción de la conciencia moral”.
Este último es el socialismo totalitario y antidemocrático que prevaleció en el siglo XX y marcó la vida los centenares de millones de seres humanos, pero no fue el único concebido.
Es posible que las acusaciones de socialista, u otras de tipo político, no desaparezcan. La razón pierde importancia cuando se mira alrededor con prismas exclusivamente ideologizados, del signo que sean. Si bien el sufrimiento y las injusticias no se borran de un plumazo, no deberían ser motivo para obnubilar la mente y el alma. No hace bien, como no hizo bien el socialismo totalitario, diferente al socialismo democrático.
Leer a Joseph Ratzinger, sabio cardenal y Papa emérito, es un placer y un aprendizaje.
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